"Bien se ha dicho que la persona que era crucificada “moría un millar de veces”. A través de manos y pies se clavaban largos clavos (Jn. 20:25; cf Lc. 24:40). Entre los horrores que sufría la persona mientras estaba suspendida (con los pies descansando sobre una tablita, no muy lejos del suelo) estaban los siguientes: la grave inflamación, la supuración de las heridas en la región de los clavos, el dolor insoportable de los tendones rotos, una angustia espantosa debido a la posición en que se encontraba el cuerpo, un dolor de cabeza insoportable y una sed ardiente (Jn. 19:28)."
"Sin embargo, en el caso de Jesús, el énfasis no debe ponerse en las torturas físicas que soportó. Se ha dicho que solamente los condenados en el infierno sabrán cuánto sufrió Jesús mientras estaba muriendo en la cruz. En un sentido esto es verdad, porque ellos también sufren la muerte eterna. Sin embargo, uno debiera añadir que ellos nunca han estado en el cielo. El Hijo de Dios, por otra parte, descendió desde las regiones del deleite infinito donde estaba en la comunión más estrecha con su Padre (Jn. 1:1; 17:5) a las profundidades del abismo del infierno"[i].
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